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La esperanza y los talentos (por J-R Flecha)

El talento era en el mundo antiguo una medida de peso y de moneda. Representaba una cantidad enorme que es difícil imaginar y traducir a nuestros esquemas modernos. Para nosotros, la palabra “talento” ha venido a significar las dotes intelectuales de una persona.

Los talentos aparecen en la segunda de las grandes parábolas con las que el evangelio de San Mateo trata de reflejar la esperanza cristiana (Mt 25, 14-30). Por la parábola de las jóvenes que acompañan a la novia que aguarda la llegada del esposo sabemos que la esperanza comporta la vigilancia previsora que equivale a la sabiduría.

Esta parábola de los talentos nos indica que la esperanza implica un compromiso activo y, por tanto, no es compatible con el miedo al futuro que paraliza a la persona o con la pereza que revela sus anclajes en el presente.

Por otra parte, esta parábola es un precioso texto sobre la confianza. Dios confía en la persona y le confía un gran tesoro. Ahora bien, esta no confía en el Señor sino que prefiere confiar ese tesoro a la esterilidad de la tierra.  

LA CONFIANZA Y EL MIEDO

La fe, la esperanza y la caridad se califican como virtudes teologales. Eso significa, a primera vista, que tienen a Dios por “objeto”. Es decir el creyente, lo es porque cree en Dios, espera en Dios y ama a Dios. Es evidente que Dios es el destinatario de sus afectos.

Pero estas virtudes pueden ser llamadas teologales porque tienen a Dios por sujeto. Dios cree en el hombre y confía en él, incluso cuando se siente olvidado o despreciado por el hombre. Dios es fiel a su proyecto de salvación.  Del mismo modo, Dios espera en el hombre. Lo aguarda cada día, aun cuando se tarde en llegar hasta Él. Y espera algo del hombre. Más frecuente es afirmar que Dios ama al hombre antes de ser amado por él.

La parábola de los talentos que entrega a sus empleados un patrón que está a punto de viajar, refleja el amor de Dios a cada uno de nosotros. Un amor que tiene en cuenta nuestras capacidades para no exigirnos más de lo que podemos dar. Un amor que valora nuestra dignidad y espera el ejercicio de nuestra responsabilidad. Un amor que nos premia la fidelidad con la que respondemos a su confianza.

Ante ese amor se ponen de manifiesto dos actitudes contrapuestas que definen a la persona: por una parte, la confianza que excita la imaginación y dinamiza las fuerzas, y por otra, el miedo que pretende justificar la pereza y se manifiesta en disculpas vanas y falsamente aduladoras.

EL ELOGIO Y EL PREMIO

Según San Juan Crisóstomo, los talentos indican las posibilidades de cada uno con relación a la ayuda, al dinero, a la enseñanza y otras cosas semejantes. “Que nadie diga: sólo tengo un talento y no puedo hacer nada”.

De todas formas, en nuestra oración, más que recordar las palabras de condena al empleado negligente y holgazán, preferimos hoy recordar las palabras de elogio que el Señor dirige a los diligentes.

• “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor”. La aprobación del Señor vale más que todos los elogios de este mundo. Dios valora la fidelidad a la tarea que nos ha encomendado y la responsabilidad con la que hemos tratado de llevarla a cabo.

• “Has sido fiel en lo poco y te daré un cargo importante”. Nosotros podemos considerar muy grande e importante el don que nos ha sido concedido. Para Dios es poco en comparación con el premio que quiere concedernos.

• “Pasa al banquete de tu señor”. El banquete representa la amistad y la intimidad entre las personas. La parábola nos recuerda que la mejor recompensa por el cumplimiento de nuestra misión no son las cosas de Dios sino el Dios de las cosas. Él es nuestra esperanza.

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