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Santuario Vivo de Dios (CUB3-12) por JR Flecha

“No te harás otros dioses frente a mí”. Así suena el primero de los mandamientos de Dios que se proclaman en este tercer domingo de cuaresma (Éx 20, 1-17). Dios ha ofrecido una alianza de amor y libertad a su pueblo. No ha habido otros dioses para liberarlos. Y sólo el único Dios merece ser reconocido como tal.
“No te postrarás ante ellos, ni les darás culto”. La tentación de la idolatría resurge una y otra vez en todo tiempo y en todo lugar. Cuando se ignora o desprecia al único Dios, siempre surge una caravana de personajillos, instituciones u objetos que prometen una falsa liberación y reclaman a cambio adoración.
“No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso”. Hay todavía otra forma más sutil de idolatría, que se reviste con los colores engañosos de la verdadera religión. Consiste en adorar, venerar e invocar al único Dios, pero utilizándolo en beneficio de los propios intereses, gustos o placeres.
Los hebreos habían de aprender con el tiempo que Dios permanecía fiel a su alianza con el pueblo. Pero que el pueblo había cambiado muchas veces la verdadera fe por ritos vacíos o mágicos. Los profetas tuvieron que denunciar muchas veces estas formas de infidelidad.
LA CASA DEL PADRE
También Jesús se presentó en el templo de Jerusalén con la palabra vibrante y los gestos escandalosos de los profetas de antaño (Jn 2, 13-25). El templo del Señor ya no invitaba a venerar la santidad del Señor del templo. El significante no dejaba ver el significado. Si para los demás se había convertido en un mercado, para Jesús era la casa de su Padre.
En este tiempo hay muchas personas que repiten una y otra vez que lo religioso “no les dice nada”. Y no es extraño. Hay cosas, lugares o fechas que “nos dicen mucho”, precisamente porque han sido medio o escenario de acontecimiento especialmente importantes para nosotros. No basta el templo para hacernos vivir de cara a Dios.
Por otra parte, hay otras personas que no tienen inconveniente en “profanar” abiertamente lo sagrado. En realidad, nada les remite a su origen y a su fin. Es como si el templo hubiera dejado de estar habitado. Como si la belleza no fuera un reflejo de Dios. Como si el hombre no hubiera sido creado a su imagen y semejanza.
Hemos de preguntarnos si los llamados creyentes lo somos de verdad y lo parecemos. Sería lamentable que nos vieran solamente como mercaderes. O como expendedores de recetas mágicas. O como conservadores de un espléndido museo. O como promotores de un movimiento de autoestima. El celo de la casa y  de las cosas de Dios no nos devora. 
EL TEMPLO DE SU CUERPO
Jesús arroja a los mercaderes del templo. Pero nadie puede saltarse gratis las normas establecidas. Los judíos le piden un signo que avale su autoridad. “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Esa es la palabra con la que Jesús acompaña su gesto.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Esta frase podía sonar como una locura arrogante o como una  blasfemia. Como arrogancia de un necio es entendida por sus oyentes. Y como blasfemia habrá de ser recordada durante el proceso de Jesús. Pero las palabras del profeta revelan la verdad más honda de los hechos.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. El texto evangélico explica que Jesús se refería al templo de su cuerpo. El era la nueva “tienda” del encuentro entre Dios y los hombres. El era y será para siempre el santuario en que Dios llega a nosotros y en el que nosotros podemos encontrar el verdadero rostro de Dios.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. El texto evangélico comienza diciendo que “se acercaba la Pascua”. Y añade que cuando resucitó Jesús los discípulos se acordaron de lo que había dicho. Sólo la experiencia pascual de nuestra fe nos lleva a hacer “memoria” viva de la dignidad sagrada del cuerpo de Cristo y de nuestro cuerpo.

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