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La oveja y la moneda (TOC24-13) Lc 15,1-32



“El Señor se arrepintió de la amenza que había pronunciado contra su pueblo“. Es el hombre quien ha de arrepentirse de sus malos pensamientos, de sus malos deseos, de sus malas acciones y omisiones. Por eso nos llama la atención que Dios se arrepienta de un propósito que había formulado. Pero así nos lo dice el libro del Éxodo (Ex 32,14).
Esta frase se sitúa en el contexto de un episodio escandaloso. El pueblo de Israel ha sido liberado por Dios de la esclavitud, pero parece confundir al único Dios con uno de los ídolos que había visto en Egipto. Y decide adorar un ternero de oro. Esa idolatría refleja su desesperanza y su nostalgia. En lugar de seguir al Dios que nos libera y nos invita a caminar hacia adelante, también nosotros preferimos refugiarnos en una comodidad adormilada.
El relato bíblico nos dice que Moisés intercede por su pueblo ante el Señor. Le pregunta si va a olvidar lo que ha hecho por Israel y las promesas con las que se ha comprometido a protegerlo. Y Dios decide ser fiel a sí mismo, a pesar de la infidelidad de su pueblo.
 
LA PÉRDIDA Y EL HALLAZGO

Pues bien, esta imagen de un Dios misericordioso y compasivo resume todo el mensaje de Jesús. En el Evangelio según San Lucas esta idea de la compasión se refleja en las tres parábolas de las pérdidas y los hallazgos. En el texto que hoy se proclama leemos las dos primeras. Se nos habla de la pérdida de una oveja, reencontrada por el pastor y de la pérdida de una moneda buscada por su dueña (Lc 15, 1-10).
En ambos casos se pasa del nerviosismo a la paz, de la búsqueda al hallazgo, y de la soledad a la compañía. Ni el hombre ni la mujer gozan a solas de su satisfacción. Quien encuentra la oveja comunica la buena noticia a los amigos. Quien encuentra la moneda, comparte esa buena noticia con las vecinas.
En ambos casos, los protagonistas exclaman con alborozo: “¡Felicitadme!” No pretenden ser felicitados por la pérdida, sino por el hallazgo. La pérdida pertenece ya al pasado. Y ante el gozo del hallazgo se olvida la fatiga de la búsqueda.

CONVERSIÓN Y ALEGRÍA

Con todo, la peripecia del pastor y de la mujer van más allá de sí mismas. Estas parábolas apuntan a  las relaciones del hombre con Dios. Las dos parábolas se cierran con una hermosa conclusión que se pone en boca de Jesús.  
• “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. El pastor tiene cien ovejas, pero dedica toda su atención a la que se ha perdido. Cada uno de nosotros merece la atención de Dios. 
• “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. La mujer tiene diez monedas, pero entrega su tiempo y su vida para buscar a la que se le ha perdido. Ni puede ni quiere prescindir de ella.
• “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. Los justos son la alegría de Dios. Pero mayor alegría hay cuando alguien descubre el bien, la verdad y la belleza que solo pueden encontrarse en Dios.

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