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Una oración humilde Lc 18,9-14 (TOC30-13)



“Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta certeza del poder de la oración de los pobres nos recuerda la parábola de la viuda y el juez injusto que se proclamaba el domingo pasado. El libro del Eclesiástico reafirma hoy esa creencia (Eclo 35, 15-22).
Muchas veces hemos contemplado la parcialidad de las personas y de las instituciones. Con frecuencia hemos tenido que padecerla, en nosotros mismos o en las personas más cercanas a nosotros. En cambio, la Escritura nos dice hoy que “El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del oprimido”.
Si Dios muestra alguna preferencia la dirige precisamente a los más débiles y necesitados de protección. Por eso, es un error decir que la fe es alienante. Quien cree en Dios y trata de vivir según Dios no puede desentenderse de los últimos de la tierra. Cuando estos se dirigen a Dios, Él los escucha.

EL PRETEXTO Y LA VERDAD

Tantas veces presente en el evangelio según San Lucas, la oración es de nuevo el tema central del evangelio de hoy (Lc 18,9-14. A la parábola de la viuda y el juez inicuo sigue hoy la parábola del fariseo y el publicano. Con ella se nos dice que no basta con orar. Existe una piedad falsa y escandalosa. Y otra piedad humilde, es decir verdadera.
• El fariseo emplea muchas palabras para orar. Es cierto que levanta su mente hacia Dios con gratitud. Pero no ora ante Dios sino ante un espejo. Su acción de gracias es un pretexto para alabarse a sí mismo. Está convencido de que su salvación depende solo de sus ayunos y limosnas. Se atribuye una  limpieza que es un don de Dios.
• El publicano cobra los tributos que ha de entregar al Imperio. Es visto por todos como un colaboracionista y un pecador. Nadie lo considera inocente y en nadie puede apoyarse. Su oración es pobre y elemental en la forma. Admite su verdad y se dirige a Dios con la humildad de quien sabe que sólo puede encontrar la salvacion en la misericordia de Dios.

EL PECADO Y LA COMPASIÓN

Tanto el fariseo como el publicano creen en Dios. Pero su forma de orar nos revela en qué Dios creen en realidad. Al decir que el publicano alcanzó la justicia y santidad de Dios, Jesús nos invita a aprender el espíritu de su oración.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro pasado y descubrir en él el rastro y las cicratrices del pecado. De nuestra rebeldía ante Dios. O de nuestra indiferencia ante nuestros hermanos.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado. Y, al mismo tiempo, a confesar, con San Bernardo, que Dios no padece, pero sí que se compadece.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar que solo Dios es Dios. Solo Él nos puede perdonar y aceptar como somos. Sólo él conoce nuestra verdad y nos puede redimir en su misericordia.

Una fe que ora (TOC29-13)



“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencia Amalec”. Con esa sencilla contraposición se resume el éxito de los israelitas fente al ataque promovido por los amalecitas (Ex 17, 8-13).
Israel es bien consciente de que en su liberación fue imprescindible la intervención de Dios. Dios tomó la decisión de emprender el camino, ayudó a su pueblo a superar las barreras naturales, lo alimentó en el desierto y lo defendió de las escaramuzas que le tendieron las gentes que le iban saliendo al paso. 
La liberación era gratuita y comprometida a la vez. El itinerario del éxodo requería el valor, la constancia y la lucha de las gentes de Israel. Pero no hubiera sido posible sin la fe de Moisés que, confiando en el Señor, levantaba sus brazos a lo alto. Entonces y ahora, la fe motiva la acción y exige la oración.

UNA  JUSTICIA FORZADA

La oración de Moisés encuentra su reflejo en la oración de la viuda que aparece en la parábola  evangélica que hoy se proclama (Lc 18, 1-8). Con el estilio típico de los cuentos, se nos dice que había una vez un juez injusto. No es muy seductor el retrato que se hace de él: “Ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. 
Durante mucho tiempo, ese juez corrupto se niega a hacer justicia a una viuda que le suplica. Si, al final, le presta una atención forzada, no es movido por la piedad o por la compasión.  Sólo para liberarse de la insistencia de la que le persigue, el juez decide cumplir con su propio deber y hacerle justicia.
Esa es la lección de la parábola. En esta ocasión la conclusión religiosa del relato nace precisamente de la contraposición. Si el juez humano escucha el lamento, lo hace en razón de su propia comodidad. Sin embargo,  Dios  escucha los ruegos de los que le suplican y les hace justicia porque él es justo y compasivo.

LA FUERZA DE LA SÚPLICA

Sabemos que la viuda era para Israel la imagen viviente de la pobreza y el desvalimiento. La parábola del juez inicuo que ignora su lamento nos lleva también a recordar la humilde suplica de esta mujer:
• “Hazme justicia frente a mi adversario”.  Son muchos  los que se sienten marginados o tratados injustamente en la sociedad y hasta en los estrechos límites de la familia o del puesto de trabajo. Lejos de ser alienante, la oración puede ayudarles a adquirir conciencia de la propia dignidad y de los propios derechos.
• “Hazme justicia frente a mi adversario”. También la Iglesia, como comunidad tantas veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios implorando su misericordia y su justicia, cuando muchos de sus hijos son perseguidos hasta la muerte.
• “Hazme justicia frente a mi adversario”. Hay muchas personas que son privadas de sus bienes y de sus derechos por la prepotencia de los poderosos. Como decía Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”, la meditación del juicio de Dios es una escuela de esperanza para todos los hombres.

San Lucas evangelista (18 de octubre)

Un breve acercamiento a este evangelista, compañero de San Pablo, médico de profesión.(Leer sus datos biográficos)

S. Lucas evangelista (18 octubre)


(dibujosparacatequesis)

San Lucas Evangelista (18 de octubre)


(elrincondelasmelli)

La sinfónica de Dios (Steve Green)

Salmo 148 (Alabar a Dios por su creación)

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Ilustraciones: dibujosparacatequesis.blogspot.com

Una fe sin fronteras Lc 17,11-19 (TOC28-13)



“Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Así suena la confesión de la fe de Naamán, jefe del ejército sirio. Enfermo de lepra, llegó a Samaría buscando remedio para su mal. El profeta Eliseo le mandó bañarse en el Jordán y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño (2 Re 5,13-17).  
Este hermoso relato recuerda la vulnerabilidad del ser humano.  Aunque sea importante y revestido de poder, el hombre es débil. Aunque haya sido tentado por la altanería, basta la enfermedad para hacerle descubrir su profunda verdad.
Además el relato refleja la dignidad del profeta. El hombre de Dios no pretende más que ser un instrumento en las manos de Dios. Actúa con libertad, con generosidad y desprendimiento, aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que sean.
Pero el relato nos habla, sobre todo, de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el poder de Dios sobre el mal. Y también su misericordia, que acoge a todos los hombres. No lo limpian las aguas, sino una fe que no tiene fronteras. Dios es Dios para todos.

LA ORACIÓN Y LA GRATITUD

La lepra sirve como eslabón para unir a esta lectura el evangelio que hoy se proclama (Lc 17, 11-19). El profeta Eliseo deja paso al profeta Jesús. Aunque separados por una rancia enemistad, la enfermedad ha unido a un leproso samaritano con un grupo de judíos.
Según manda la Ley, deambulan por los campos sin entrar en los poblados. De algún modo han oído hablar de Jesús y lo reconocen como un hombre de Dios. Así que desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Jesús les envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación. Los leprosos confían en su palabra, puesto que sólo quedan curados mientras van de camino. No es la Ley la que  limpia de la lepra: es la fe en el Maestro.
Pero el relato indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los favorecidos. Sin embargo, son diez los que piden la curación y sólo uno el que la agradece. Uno que, asombrosamente es un samaritano, un enemigo, un proscrito, un excomulgado.

LA FE Y LA SALVACIÓN

El relato se cierra con las palabras que Jesús dirige al único leproso sanado que ha vuelto hasta él para agradecer la sanación. 
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Bien claro queda que los leprosos no han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación que solo de él puede venir.
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda claro que el creyente de hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede dirigirse al Señor en oración, al Señor ha de agradecer siempre la salvación.
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar claro que también los que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de la gracia. Hay que vivir la solidaridad en el dolor y en la prueba para poder celebrar la salvación universal.