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La lluvia y la Palabra Mt 13,1-23 (TOA15-14)

La lluvia y la nieve bajan de los cielos, empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar. Gracias a la lluvia puede comer el sembrador. Un pueblo que vivía del campo podía entender estas imágenes que se encuentran en el libro de Isaías (Is 55, 10-11).
Pero el profeta no se limitaba a evocar la experiencia del labrador. La lluvia y la nieve eran para él la imagen más clara de la palabra de Dios. Sin ella no habrá una buena cosecha. El Papa Francisco ha escrito que no sabemos, dónde ni cuándo ni cómo dará fruto. 
 Pero en el texto del profeta escuchamos la promesa del mismo Dios: “La palabra que ale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. No es una obra de magia. La palabra de Dios requiere una cogida cordial por nuestra parte.

LA NOTICIA Y EL AVISO

“Salió el sembrador a sembrar…” (Mt 13, 1-23). La parábola evangélica del sembrador es conocida por todos los cristianos.  Es verdad que muchos nos fijamos en la segunda parte. En ella se evocan las condiciones,  los vicios y las virtudes de los oyentes de la palabra de Dios, para tratar de explicar el fracaso o el éxito de la predicación.
Pero en la primera parte de la parábola Jesús no habla tanto del sembrado como del sembrador. Se insiste en la fe del sembrador, en su confianza, en su esperanza. Esparce la semilla generosamente, en todo terreno y con igual dedicación.  El buen sembrador es Dios.
La primera parte de la parábola es una buena noticia para los desesperanzados de esta tierra. Se nos anuncia que Dios tiene un proyecto sobre el mundo y sobre la evangelización y que está decidido a sacarlo adelante a pesar de las dificultades.
La segunda parte es un aviso a los presuntuosos:  Si el proyecto de Dios se retrasa no es por culpa suya o por la mala calidad de la semilla sino por el rechazo humano.  La primera parte invita a la gratitud; la segunda a la responsabilidad.

OJOS Y OÍDOS

Entre la parábola del sembrador y su comentario alegórico encontramos una bienaventuranza: “¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!”
• Esta frase resume todas las bienaventuranzas de Jesús. La dicha verdadera brota de la aceptación incondicional a su palabra. Una aceptación que pasa por los sentidos corporales. Es preciso ver y oír. La salvación no nace de una idea abstracta, sino del encuentro con una persona que se dirige a nosotros.
• Pero esta bienaventuranza no se limita a los cristianos: es una oferta dirigida a toda persona.  Todos hemos de dar fruto en la vida. Para ello tendremos que descubrir el valor positivo del mundo y de la vida. Y tendremos que confiar en la siembra, porque sabemos y creemos que existe un Sembrador. 

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