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Las llaves del Reino Mt 16,13-20 (TOA21-14)

“Colgaré de su hombro la llave del palacio de David; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá” (Is 22,22). Después de un oráculo contra Sobná, mayordomo del palacio real, el profeta Isaías incluye otro oráculo a favor de Eliacín, que le ha de suceder en el cargo. La llave es el símbolo del poder que se le otorga en el palacio.
Es cierto que Eliacín tampoco será fiel a su oficio. Seguramente se dejó llevar por las exigencias de su propia familia. El profeta sugiere que con el tiempo este nuevo administrador sería incapaz de sostener esa carga que su familia impuso  sobre él.
 El Apocalipsis atribuye a Cristo esa llave de David (Ap 3,7). Y con ese hermoso título se proclama a Jesucristo en  una de las grandes antífonas del Adviento. 

LA PREGUNTA

Según el evangelio que hoy se proclama, Jesús se ha retirado con sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo (Mt 16,13-20). Se ve que el Maestro ha querido buscar un lugar de descanso junto a las fuentes del Jordán y a las abundantes cascadas a las que ya se refería un levita desterrado (Sal 42,8).
 En ese lugar Jesús dirige a sus discípulos dos preguntas fundamentales. Lo eran ya para ellos y lo serán siempre para todo cristiano.
• “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Esa pregunta no requiere la fe. Para responder basta la información. Los discípulos refieren que las gentes identifican a Jesús con Juan Bautista, con Jeremías o uno de los profetas.
• “¿Y vosotros quién decís que soy yo?” Esa pregunta interpela personalmente al discípulo. Exige una respuesta en la que dé cuenta de la propia fe. Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

LA PROMESA

En su diálogo con Pedro, Jesús afirma que la respuesta de la fe no es posible si no es revelada por el Padre celestial. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica,  “Sobre la roca de esta fe confesada por Pedro, Cristo ha construido su Iglesia” (CCE 424).  Y añade una promesa y dos consecuencias.
• “Te daré las llaves del reino de los cielos.” La promesa de Jesús recuerda la profecía de Isaías sobre Eliacín. “El poder de las llaves designa la autoridad  para gobernar la casa de Dios que es la Iglesia” (CCE 553). 
• “Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos.”  Según el mismo Catecismo, “el poder de atar y desatar significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia” (CCE 553).
• “Lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. Evocando estas palabras, de nuevo el Catecismo nos recuerda que “la reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (CCE 1445).

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