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Profeta y maestro Mc 1,21-28 (TOB4-15)

“Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y él les dirá lo que yo le mande” (Dt 18,18). Según el libro del Deuteronomio, con esas palabras anuncia Dios el envío de un profeta semejante a Moisés. Como se ve, será un profeta tomado de entre sus hermanos, es decir partícipe de la suerte de su pueblo y comprometido con él.
Además, habrá de transmitir las palabras del Señor para ser escuchado como su mensajero. Esa elección por parte de Dios exige una fidelidad exquisita por parte del elegido. El mismo texto añade que el profeta no deberá caer en la arrogancia de proclamar en nombre de Dios aquello que Dios no le haya mandado.
Pero la fidelidad es don y tarea. Un don de Dios en beneficio del pueblo. Y una tarea que atañe también a los que escuchan o han de escuchar el mensaje del profeta enviado por Dios. Así lo manifiesta el mismo oráculo del Señor que se recoge en el texto. “A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

LA AUTORIDAD

 El evangelio de Marcos que hoy se proclama (Mc 1, 21-28) nos presenta a Jesús en Cafarnaún, la ciudad costera del lago de Galilea que él habría de convertir en la base de su misión. Es un sábado y Jesus acude a la sinagoga. Cuando toma la palabra los asistentes quedan admirados, porque enseña con autoridad. 
 La autoridad no puede confundirse con el poder. El poder es transitorio, mientras que la autoridad permanece. El poder viene determinado por un golpe de fuerza o por la veleidad de los que eligen al gobernante. Pero la autoridad proviene del valor del mensaje y de la coherencia del mensajero. El poder aplasta a las gentes, la autoridad  las ayuda a crecer .
La autoridad de Jesús se vincula a su forma de enseñar y a su forma de actuar. Sus palabras son corroboradas por sus acciones. En este caso, por la curación de un enfermo, En tiempos en que la enfermedad se atribuye a un mal espíritu, Jesús demuestra su autoridad liberando de él a este pobre paciente. La autoridad de Jesús se identifica con la compasión.

LA CONFESIÓN

El evangelio de Marcos recoge los gritos que dirige a Jesús el enfermo. Aquel marginado descubre en Jesús al verdadero profeta que había sido prometido por Dios.
• “Sé quien eres: el Santo de Dios”. Cuando Pedro lo reconozca  como el Mesías de Dios, Jesús lo proclamará dichoso, porque esa revelación sólo puede venirle de Dios. Ahora Jesús se limita a imponer silencio al enfermo. El Maestro no quiere ser identificado con un curandero,     
• “Sé quien eres: el Santo de Dios”. Cuando la Iglesia y cada uno de sus miembros se pregunten por lo más importante en la evangelización, deberán recordar esta primera confesión de fe que brota de las periferias existenciales del mundo, como dice el Papa Francisco.

• “Sé quien eres: el Santo de Dios”. Cuando la humanidad descubra que la felicidad no se encuentra en la ostentación del poder, sino en la escucha del mensaje profético que le propone Jesucristo, habrá de prepararse a repetir este grito de la fe. 

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