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Fuego y audacia en Pentecostés Jn 15,26-27;16-12-15 (PAB8-15)

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu Santo le sugería”. En esta fiesta de Pentecostés celebramos la presencia del Espíritu de Dios en la Iglesia (Hech 2, 1-11). Una presencia que nos zambulle en la intimidad con Dios y nos empuja también a acercar el Evangelio a nuestros hermanos..
La primera dimensión la subrayaba ya Santa Teresa con la imagen del fuego, cuando escribía  en sus Meditaciones sobre los Cantares: “El Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que la hace entender con fuego soberano, que tan cerca está” (5,5).
La segunda dimensión la ilustra el papa Francisco, al afirmar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transformará en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 1).

TRES ADVERTENCIAS

El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en el  “primer día de la semana”. Al amanecer de aquel día, las mujeres que acudieron al sepulcro lo encontraron vacío. Ante el anuncio de las mujeres, los discípulos del Señor experimentaron sentimientos de asombro y de alegría. Pero  el miedo los había encerrado en una casa, cuando entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. (Jn 20, 19). He ahí tres advertencias para la Iglesia de todos los siglos.
• Vino Jesús al encuentro de sus discípulos. De él había sido la iniciativa de elegirlos y de llamarlos, para que le siguieran y estuvieran con él. El resucitado no los olvida. Y de nuevo toma la iniciativa de acercarse hasta ellos, aunque ellos le hayan abandonado.
• Se colocó en medio de ellos. Juan Bautista había dicho: “En medio de vosotros está uno  a quien no conocéis” (Jn 1,26). Ahora se coloca definitivamente “en medio” de sus discípulos el Maestro al que no reconocen. Ese ha de ser su puesto en la comunidad para siempre.
• Y les dirigió el saludo tradicional de la paz  Ese era su don personal, como había anunciado a sus discípulos en su despedida (Jn 14,27). Ese era el saludo que ellos habían de pronunciar al entrar en una casa (Mt 10,12). Y esa era la promesa del Señor para la eternidad. 

EL DON Y LA TAREA

 Después de su saludo, el Resucitado exhaló su aliento sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).  
• Recibir el Espíritu Santo. El autor de los dones es el don primero del Señor Resucitado. El aliento que exhaló desde lo alto de la cruz, es su propia vida. Una vida que ha entregado por nosotros. Una vida que comparte con nosotros para que nosotros la entreguemos como él.  
• Perdonar los pecados. Jesús no ha venido al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Sus apóstoles son enviados a anunciar, como él lo hizo durante su vida, la gracia y la misericordia de Dios. 
• Retener los pecados. Dios respeta y siempre respetará la libertad de sus hijos. Pero los discípulos del Señor han de cumplir con la misión de gracia que se les confía, advirtiendo a los hombres de los obstáculos que ponen cada día a la salvación que se les ofrece.

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